14/12/18

Marcar la agenda.


Expresión de triunfal estupidez, este sintagma de sabor toscamente anglicista llena la boca de esa espabilada y vividora cohorte de filólogos frustrantes y envanecidos que componen el negocio, estremecedor no sólo en su denominación, de la consultoría política. De acuerdo con la técnica habitual de sus conjuros, tanto en el uso del verbo como en el del sustantivo experimentan con las posibilidades semánticas de la lengua inglesa y la española. Como aprendices de brujo mezclan y confunden aleatoriamente en la marmita de su neolengua algunas de sus diversas acepciones. Fabrican así la poción que franqueará el paso a la realización de sus abracadabrantes objetivos. Si para un hablante normal la agenda remite a una lista ordenada de asuntos que deben ser tratados por una junta o un comité en un determinado período, en labios de un posgraduado en ocultismo político incluye el sentido oxfordiano de las intenciones subyacentes de un grupo particular. En consecuencia, debe adaptar la locución “set the agenda”, que significa influir o determinar un programa de acción, al contexto recio del liderazgo ibérico en toda su ambigüedad trilera. Quien marca, tanto prescribe como orienta, señala como realiza, resalta como indica. En suma, estrictamente esperado, marca el gooooool.

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