6/12/18

Estamos trabajando en el acuerdo que la ciudadanía nos exige.


Dada la prodigiosa monstruosidad de su sintaxis, la frase que encabeza, epiléptica, este párrafo debe considerarse, estrictamente, un microrrelato. Breve, de naturaleza ficcional y de condición narrativa, contiene en cada uno de sus pleremas la voluntad de un discurso desviado, de base tropológica y figurativa. Mediante un repelente anglicismo sintáctico y léxico, que con infatuada modestia da por descontado que el oficio político consiste en una marrullera técnica de negaciones negociadas, describe el debate de cualquier asunto público como una carrera en bucle cuya meta, por herméticamente inexistente, la alienta sin desfallecer. Toda decisión debe diferirse, por sí misma, inacabablemente. En el acuerdo siempre pendiente, jamás firme, a ratos transitorio, borbotea la imposibilidad de resolver lo real sobre la presuposición chamánica del consenso. La oración de relativo es así un conjuro idolátrico. A una abigarrada deidad, desdibujada y lejana, cabe aplacarla con ritos y sacrificios engañosos que anestesien momentáneamente su encaprichada y contradictoria ira. Sus mandatos son los naipes trucados de una partida cruzada. A contrarreloj, entre reproches y traiciones, filtrando con cinismo sobornable su despiadada imbecilidad, el sanedrín que delibera el fascinante y tremendo Bien común se ocupa, servicial, de mantener a salvo los beneficiosos intereses de su Mentira.

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