Dada la
prodigiosa monstruosidad de su sintaxis, la frase que encabeza, epiléptica,
este párrafo debe considerarse, estrictamente, un microrrelato. Breve, de naturaleza ficcional y de condición
narrativa, contiene en cada uno de sus pleremas la voluntad de un discurso
desviado, de base tropológica y figurativa. Mediante un repelente anglicismo
sintáctico y léxico, que con infatuada modestia da por descontado que el oficio
político consiste en una marrullera técnica de negaciones negociadas, describe el
debate de cualquier asunto público como una carrera en bucle cuya meta, por
herméticamente inexistente, la alienta sin desfallecer. Toda decisión debe
diferirse, por sí misma, inacabablemente. En el acuerdo siempre pendiente,
jamás firme, a ratos transitorio, borbotea la imposibilidad de resolver lo real
sobre la presuposición chamánica del consenso. La oración de relativo es así un
conjuro idolátrico. A una abigarrada deidad, desdibujada y lejana, cabe aplacarla
con ritos y sacrificios engañosos que anestesien momentáneamente su
encaprichada y contradictoria ira. Sus mandatos son los naipes trucados de una
partida cruzada. A contrarreloj,
entre reproches y traiciones, filtrando con cinismo sobornable su despiadada
imbecilidad, el sanedrín que delibera el fascinante y tremendo Bien común se
ocupa, servicial, de mantener a salvo los beneficiosos intereses de su Mentira.
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