Tales cualidades
indistintas forjan el retorcido carácter del genreman ideal, es decir, híbrido. Con maciza hipocresía
ejemplifican el alcance más desvergonzado del principio de no no contradicción. Según las circunstancias, pueden adquirir una
tonalidad lingüística, o pronominal o genérica, e incluso, en su versión más
aterradora, pragmática. En tanto que inclusiva, su forma excluye. Cuando uno de
sus profetas se apodera, en ausencia de referente, de la palabra nosotros, sabes perfectamente que ha
dictado, sin posible apelación, sentencia presente contra ti, por ninguna otra
razón que la culpabilidad de tu irreductible existencia. Si exige la doblez de
género es el paso previo de la uniformidad gráfica, impronunciable,
paracientífica, de la cromosómica x o de la digital @. En su invasión de la
educación llega a adoptar los más histéricos y fanáticos procedimientos. Faltaría
más. Debe prohibir cualquier rasgo de singularidad como expresión del más
insoportable elitismo. Somete toda jerarquía a la más confusa disolución. Sólo
así puede tolerar el fallo de sus criminales errores. Puesto que la
exclusividad de la dignidad humana puede ser abortada de raíz, su empatía le
exige, sin eximentes, imponer a sonrisa y fuego la aberrante fatuidad de su
normalizado y exclusivo relativismo. Cui
non prodest?
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