Como infantes
malcriados que emiten, guturales y sincopados, los eslóganes redactados con la
caligrafía de los váteres universitarios, las tiránicas turbas de nuestras
democracias se desplazan, sumisas y enfurruñadas, por las casillas regladas de sus
marrulleros juegos sociales. En busca de un posesivo bienestar desvanecido y bajo
la apariencia sola de una marea insurrecta, estalla su ahíta vulgaridad -su
violencia- contra las trampas trileras que las potestades y las dominaciones
mercantiles le han incitado a tenderse. Les enfada con vehemencia, les desaíra el
incandescente reflejo de su frenética estupidez. Aunque se niegan a admitir el
mecanismo de la estafa, no pueden dejar de replicar sus efímeros trucos de
diseño. Su histérico aburrimiento, espectacular, debe continuar. Los
politólogos, los tertulianos, las diversas especies de analistas aprovechan
entretanto el día parloteando de estrategias y tácticas, de corrientes de
opinión y segmentos de población, como jubilados perezosos y campanudos en la
terraza mediática de una casino galáctico y desconchado. Oscuramente, con
cínica candidez, se recriminan la falta de mérito y de calidad de sus
circunstancias. Condescienden con virulenta apatía a retuitear, como un trueno
sordo y descreído, la noticia que resuena, fantasmal y codicioso, nuestro
indigno destino. Madame se meurt! Europe
est morte!
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