Este tipo de metáforas meteorológicas
son muy del agrado filisteo. Logran también con ellas la cuadratura de sus
parábolas: ocultar su mala conciencia bajo el manto de un ecologismo de pega. Lluvias,
terremotos, tsunamis (que han sustituido los menos sofisticados maremotos)
sirven a sus intereses biempensantes y malintencionados. Por definición un
filisteo evacúa obviedades malolientes como si fueran un deshecho de prudencia
y de sentido común. La medida de su valentía intelectual se acrisola en su capacidad
de complacer a sus amos. Asume con incómodo placer que pudiera echársele encima
un alud de la misma porquería amarilla que, pornográfica, disfruta descargando sobre
sus enemigos. Como es consciente de que la jauría de hienas y coyotes anónimos
que patrullan sin descanso la reserva sin escrúpulo de las redes sociales acechan
cualquier (aparente) desliz para saciar su bulímica desesperación, con la
precisión chamánica de esos chamarileros que se dedican a la asesoría política
modula mensajes que, en lugar de contradecir, consigan reforzar los argumentos
de Mammón. Prostituirá, libertino, a la viuda bajo amparo legal. Solidario, si
no ejecuta su desahucio, hipotecará al huérfano, totalmente reformado, desde un
vientre alquilado. Agiotista, comerciará impúdicamente con la fe y la raza del extranjero.
Vae victis!
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