Caracteriza la jerga filistea la
exhibicionista tendencia a la paráfrasis, no para aclarar o ilustrar los
conceptos que expone, sino para rodearlos de una aureola de divina y novedosa
eficacia. Más que nombrar la nada, se propone, con espeluznante éxito, corroer cualquier
atisbo de significación. Mecaniza con aparente asepsia su léxico y su
gramática. Deja así expedito el camino para que el principio de no no contradicción pueda operar con funesta
y estúpida precisión. Analicemos la fórmula que expresa que se han tomado
medidas destinadas a aniquilar toda resistencia no a las novedades sino a la
novedad como proceso constante e indiscutible. Como ha adoptado un relativismo
prudencial, el filisteo no aspira a implantar doctrinas o instituciones. Se
conforma con suplantar las existentes. Es decir, no las suprime; las diluye. Por
ello, implementa. Ejecuta meras posibilidades que neutralizan y desestabilizan
el contacto entre las palabras y las cosas, entre el ser y su representación.
Allí donde apenas se rozaban las infecta de arbitrariedad. No se opone a ellas.
Simplemente las confunde. Multiplica, indiferentes, sus opciones. No obra;
opera. Un acto fija, con un límite, su principio y su fin. Una alternativa
especula, con su valor, el precio de su aplicación.
Los genios filisteos (gramaticidas) menean su mano vaciando todo concepto de contenido, queriendo rescatar la forma pura. Creen poseer la partícula de dios.
ResponderEliminarLa pureza es un concepto que les es ajeno. Más bien manosean la forma para comprobar su valor como moneda divina...
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