23/5/19

Me gusta cómo suena.


Aunque denota afectación excesiva incluso entre filisteos, esta expresión, irritante como pocas, cubre la amplia gama de superficialidad que degrada al instante cuanto de honesto e íntegro pudiera quedar en una propuesta. Considera, con glotonería, la sensiblería más perezosa la cima de su agudeza intelectual. Tiene en tanta estima la precisión de su oído que se dejaría arrastrar por una melodía como las ratas desfilan tras la tonada organillera de un flautista. Escucha cualquier argumento como si fuera el hilo musical de un centro odontológico que hubiese adoptado el ritmo que imprime un cuenco tibetano al tecleado de Erik Satie. De buen tono, calcula mediante intuiciones. Confunde a mala conciencia los principios con su precio aproximado, descontado el margen de beneficio. Su sentimentalismo balbuciente, no exento de un quirúrgico minimalismo, anula con precisión el esfuerzo de armonizar en un tono superior esas primeras notas exploradas tentativamente. No puede soportar que una idea madure por su propia cuenta. Antes de que acabe de germinar, la expropia con sonrisa satisfecha. Sólo exige que le recorra un cosquilleo relamido mientras planea cómo, poseída, la podrá prostituir a placer. Con el sonido de un acrónimo bursátil alcanza la más acordada esfera de sus intereses.

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