7/5/19

Incendiar las redes.


En el mundo instantáneo, irresponsable, de la comunicación egotista, estúpida, las redes sociales propagan toda suerte de virus retóricos con entusiasmo macilento. En lugar de carcajadas sardónicas y mordaces réplicas, se multiplican como la más aguda de las respuestas las mayúsculas, los emoticones naífs y las etiquetas elementales. Los gestos patibularios se condensan en los anglicismos de hashtags, troles y trending topics. Ni siquiera el insulto más soez puede ya contar con movilizar hordas de likes y retuits, a no ser que incluya la muestra más patética de su vulgaridad y de su odio a cualquier atisbo de ambigua inteligencia. Como las nuevas aplicaciones son un espacio del libertinaje más espantoso y menos refinado imaginable, la censura debe ejercerse con férrea indeterminación. Se bloquea y se denuncia una cuenta como si se la arrastrase a un descampado para apalearla y violarla. Con impunidad pornográfica, jaleada por multitudes pseudónimas que emiten penosos chascarrillos, hasta las buenas intenciones y los sentimentalismos más atroces campan por un paisaje, más que infernal, de mercadillo medieval. Diseminada la locura, se incendian a rachas virtuales las redes como Roma ardía al son de la cítara desafinada de Nerón. Su brujería atónita ajusta cuentas con el futuro.

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