El peregrino de lo Absoluto encontró
siempre en la fiesta de la Ascensión un motivo de duelo infinito. Por el
contrario, los filisteos descubren en el Arribismo la oportunidad de un
beneficio inmejorable. Pomposos y circunstanciados, esquivarán, con un guiño de
astucia y de amenaza, cualquier pregunta incómoda. Adornándose con chicuelinas
putiformes, el periodismo de bandera se limitará a olfatear los contenedores de
esa basura con la elegante y marrullera distancia que proporciona la seguridad
debida de las subvenciones y las concesiones digitales que usufructúan sus
empresas. En lugar de la verdad, momia embalsamada, demos por descontado que reina
en su trono usurpado el exquisito cadáver de la opinión, rodeado de columnas
que exprimen, churriguerescas, sus volutas hasta la extenuación. Un adjetivo
canalla y un anglicismo innecesario mendigan, tras un insulto o una
ingeniosidad, el jornal suyo de cada día. Arrojan una sombra de desencanto que,
en el griterío de las redes sociales, deje pasar desapercibida la más dolorosa
de sus frustraciones. Entre ejercicios aplicados de redacción, la libertad de prensa
no toca hoy sino una cuestión de estilo:
ocurrencias, majaderías, pura cita repetida. En vez de lenguas de fuego,
desciende sobre ella la lluvia dorada de un dios afónico.
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