Como nínfula aviejada, el filisteísmo
sigue chascando la lengua mientras paladea, galicista, la nueva mezcla de
vocales velares y palatales, medias y posteriores, de este ridículo sintagma.
Apiñona la boca, como viene haciendo desde hace dos siglos, para mostrar su coqueto
enfado ante cualquier obstáculo, tildado de medieval, que impida el éxito seductor
y trivial de su rancio positivismo. Galán invernal, aquejado de una halitosis
crónica que engaña con el aséptico perfume de la ciencia en minúscula, el
progreso no cesa de reconstruir su rostro ajado mediante técnicas que logren
plastificar una eterna juventud. Narciso profiláctico, impone entre sonrisas retocadas
su venérea vejez. Con determinación insidiosa socava la realidad de todo
principio mediante el placer de dar principio a cualquier realidad. Convierte cada
excepción en regla para que toda regla sea derogada por el ejercicio de la
excepción. Su derecho se basa en la aniquilación de cualquier garantía de la
que pueda abusar hasta conseguir que sea revocada. Abomina de la singularidad
tanto como para incitar el monismo más desenfrenado. Con ponzoñosa cautela se
abstiene de decidir quién merece o no vivir, sino que legisla a quién imputar
la dignidad de morirlo. Constata amenazante que no hay vuelta atrás.
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