10/7/19

Estar abierto a la diversidad.


He aquí uno de esos mantras redundantes, de buen tono por su pesada insignificancia. Debe repetirse con insistencia asertiva, venga o no al caso. Que no quepa la menor duda de la comprometida y vigilante (in)trascendencia que anima la voluntariosa censura ejercida por sus defensores. Pretende reflejar no sólo una postura psicológica, sino hasta (anti)metafísica. Por un lado, refleja al por mayor cierta jerigonza pseudofilosófica que considera que la realidad es resultado de una construcción: lo uno es autoritario; lo múltiple, libertario. En consecuencia, la simplicidad debe perseguirse sin cuartel. Cualquier criterio que proteja la intimidad, refugio sagrado de la libertad de conciencia, será de inmediato tipificado como una agresión intolerable a la salvaje realización de los deseos más monstruosos o más estúpidos. Por otra parte, de acuerdo con el principio lógico de no no contradicción, procede a invertir la relación ética entre la víctima y su verdug@. ¡Qué alivio amnésico poder seguir ejecutando la misma tarea que sus ascendientes en nombre de una remota memoria cuya filiación nadie, ¡nadie!, debe comprobar! Basta invertir la carga de la prueba: las proposiciones que saben a ortodoxia ofenden los oídos impíos. No merecen aclaración, sino desprecio y castigo. Melius est enim nubere

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