He aquí uno de esos mantras
redundantes, de buen tono por su pesada insignificancia. Debe repetirse con
insistencia asertiva, venga o no al caso. Que no quepa la menor duda de la
comprometida y vigilante (in)trascendencia que anima la voluntariosa censura ejercida
por sus defensores. Pretende reflejar no sólo una postura psicológica, sino
hasta (anti)metafísica. Por un lado, refleja al por mayor cierta jerigonza
pseudofilosófica que considera que la realidad es resultado de una
construcción: lo uno es autoritario; lo múltiple, libertario. En consecuencia, la simplicidad debe
perseguirse sin cuartel. Cualquier criterio que proteja la intimidad, refugio
sagrado de la libertad de conciencia, será de inmediato tipificado como una
agresión intolerable a la salvaje realización de los deseos más monstruosos o
más estúpidos. Por otra parte, de acuerdo con el principio lógico de no no contradicción, procede a invertir
la relación ética entre la víctima y su verdug@. ¡Qué alivio amnésico poder
seguir ejecutando la misma tarea que sus ascendientes en nombre de una remota
memoria cuya filiación nadie, ¡nadie!, debe comprobar! Basta invertir la carga
de la prueba: las proposiciones que saben a ortodoxia ofenden los oídos impíos.
No merecen aclaración, sino desprecio y castigo. Melius est enim nubere…
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