26/7/19

Fuera de juego.


Cuanto más gastadas, cuanto más catacréticas, las metáforas deportivas, especialmente las futbolísticas, expresan con más torpe sutileza la ausencia de realidad que se esfuerzan por describir. Compensan o, mejor dicho, sustraen su horror al vacío con una ligera frivolidad que sirva para reforzar la aparente seriedad de cualquier acción ridícula. A tal fin se ven obligadas habitualmente a practicar un desplazamiento semántico. El factor locativo de nuestro ejemplo aleja del sitio estático a cualquiera que sea su referente para situarlo en un entramado de reglas oscilantes, siempre a punto de perder pie, de quedar retrasado por haber avanzado antes de tiempo o viceversa. Asoma entonces como una amenaza velada, que no debe ser explicitada jamás para que pueda ser más radicalmente eficaz, que quien incurre en tal falta merece ser desproporcionadamente castigado. En una realidad vaporizada nada más irritante que una interrupción. A quien comete el error de ponerse fuera de juego se le avisa, pues, de que debe apresurarse a recobrar las insuperables líneas rojas que habrá traspasado bajo la pena de sufrir la autoexclusión, es decir, de admitir que se encuentra fuera del juego. Con una mueca estúpida padece la implacable mecánica que reemplaza jugadores como fichas.

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