Donde
triunfa la Voluntad, la modernidad impone su tiranía. En la voluntad de Dios,
del Rey o del Pueblo nada importa el valor subjetivo del genitivo.
Intercambiables, son los sinónimos del ciego arbitrio que rige con (in)justicia
el caos organizado de las sociedades humanas. Dice el refrán que la excepción confirma
la regla. Dicta el actual (sin)sentido común que es exigido a cualquier
regla confirmar la excepción. De hecho, no existe otra norma que lo excepcional.
No brilla realidad más deslumbradora que el deseo: una ausencia cuya mención
requiere atropellados balbuceos. La convención más estrafalaria deberá ser naturalizada. Se decreta que no existe
la naturaleza, sino sólo un conflicto de convenciones que deben convivir racionalmente. Sólo lo convencional es
real. A continuación, se insistirá en que cualquier pretensión natural es irreal
y, en consecuencia, irracional. Finalmente,
la convención más radical adoptará una carta de naturaleza incuestionable. Es
preciso que triunfe hasta lograr la proscripción de las costumbres
tradicionales que serán catalogadas como delito. Un ejemplo. Asoman las primeras
ocurrencias que asocian el modelo de la
familia numerosa con la crisis medioambiental. Imagínense a qué misión se
reserva la orgullosa función modélica
de cumplir, trashumana y de alquiler, la conciencia ecológica.
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