Al
acercar el bisturí a la apergaminada carne de esta jaculatoria asfixiante, debe
procederse a separar con precisión sus dos sustantivos purulentos, si no para
extirpar, al menos para delimitar los delirios pedagógicos y la gangrena
ideológica que los han infectado sin remedio. Como conjunto de conocimientos,
de modos de vida o de costumbres, la universalidad de la cultura ha sido troceada
en multitud de parcelas adosadas en que ha acabado estallando hasta la noción
misma de cultura popular. Existe una
cultura de los pueblos indígenas como
puede replicarse una cultura de empresa,
de mercado, de familia, de la izquierda, de gobierno, de medios de comunicación,
de marca… El uso del vocablo concede una pátina de confiable seriedad a una suma de prácticas estandarizadas que automatizan y desactivan el proceso
autónomo de pensar y disentir. Así, las escuelas de negocios, y sus terminales
de servicios externalizados, han okupado
el concepto de Universidad y, tras repartirse el botín, condescendientes y
bravucones, empiezan a descapitalizar sus activos. Reemplazan sus facultades
las habilidades de smartups. Lo
adjetivo es sustancial y lo sustancial, desechable. La calidad se mide por
indicadores, tasas, criterios y directrices. ¿Acaso importa, buena o mala, la
calidad de su cultura?
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