22/10/19

La cultura de la calidad.


Al acercar el bisturí a la apergaminada carne de esta jaculatoria asfixiante, debe procederse a separar con precisión sus dos sustantivos purulentos, si no para extirpar, al menos para delimitar los delirios pedagógicos y la gangrena ideológica que los han infectado sin remedio. Como conjunto de conocimientos, de modos de vida o de costumbres, la universalidad de la cultura ha sido troceada en multitud de parcelas adosadas en que ha acabado estallando hasta la noción misma de cultura popular. Existe una cultura de los pueblos indígenas como puede replicarse una cultura de empresa, de mercado, de familia, de la izquierda, de gobierno, de medios de comunicación, de marca… El uso del vocablo concede una pátina de confiable seriedad a una suma de prácticas estandarizadas que automatizan y desactivan el proceso autónomo de pensar y disentir. Así, las escuelas de negocios, y sus terminales de servicios externalizados, han okupado el concepto de Universidad y, tras repartirse el botín, condescendientes y bravucones, empiezan a descapitalizar sus activos. Reemplazan sus facultades las habilidades de smartups. Lo adjetivo es sustancial y lo sustancial, desechable. La calidad se mide por indicadores, tasas, criterios y directrices. ¿Acaso importa, buena o mala, la calidad de su cultura?

No hay comentarios:

Publicar un comentario