6/10/19

El orden del día.


Aséptica y estabulada, la sociedad filistea organiza sus jornadas mediante una planificación rígida que permita producir la apariencia premeditada de dinamismo y decisión espontáneos. Jerarquiza sus prioridades; es decir, disuelve en la irrelevancia todo asunto que pueda comprometer sus intereses. Los debates decisivos deben desplazarse al punto de ruegos y preguntas. Los asuntos de trámite deben entorpecer los argumentos ejecutivos. Con la exposición de largos y tediosos informes se impide momentáneamente el estallido de las reyertas callejeras de un extremo a otro de la mesa de reuniones. Con gesto compungido se apuñala por la espalda. Cariacontencidos, como de manera improvisada, los confabulados cargan el marrón a quien esté de paso, ante la mirada aburrida de la mayoría. Después se limarán a conciencia las actas que han de ser aprobadas entre miradas patibularias. No se ajustan las cuentas; se las amañan. ¿Algún comentario? Quien otorga, calla. Habla quien obedece. Los fracasos se presentan como retos que abren -atención a la catacresis- un amplio abanico de oportunidades. Los éxitos desencadenan la cascada apresurada de adhesiones. “Sois un equipo estupendo”. “Permítenos discrepar: tú lo eres más, jefe”. El odio cordial y el terror simpático mantienen alerta la búsqueda del pan nuestro cotidiano.

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