Por
su paradójico cinismo, la muestra de civismo que pretende representar esta
locución resulta especialmente repulsiva. Quienes arremeten contra la noción de
esfuerzo y repetición, salvo en el entrenamiento deportivo, como una práctica
retrógrada y humillante que cohíbe la espontánea creatividad de la infancia,
entre guiños cómplices y codazos burlescos se
conjuran a resolver a escondidas los problemas que, tras enredar, deciden dejar
pudrirse. Reflejan así la noción de escuela grabada en el envés de sus
propuestas y actualizada en el ejercicio cotidiano de su profesión política.
Allí donde se recomendaba que a la escuela se iba con la lección aprendida, aquí
se absuelve de venir de la escuela con la lección olvidada. Los deberes no
consisten sino en actividades dispersas que forman parte de proyectos cuya
monstruosa visión sólo es accesible a un gabinete de decuriones, reclutados cada
vez más entre asesores de comunicación que entre (psico)pedagogos. Hacer los
deberes equivale a despachar los requisitos de una evaluación que, de tan
continuada, sólo puede arrojar una calificación aprobada. Aprender a leer se
reduce a descargar desde un dispositivo un ebook.
Con perezosa satisfacción, progresa adecuadamente la (in)disciplinada tropa de
asalto que obstaculice la nefasta manía de pensar. Our pleasure.
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