30/10/19

Hacer los deberes.


Por su paradójico cinismo, la muestra de civismo que pretende representar esta locución resulta especialmente repulsiva. Quienes arremeten contra la noción de esfuerzo y repetición, salvo en el entrenamiento deportivo, como una práctica retrógrada y humillante que cohíbe la espontánea creatividad de la infancia, entre guiños cómplices y codazos burlescos se conjuran a resolver a escondidas los problemas que, tras enredar, deciden dejar pudrirse. Reflejan así la noción de escuela grabada en el envés de sus propuestas y actualizada en el ejercicio cotidiano de su profesión política. Allí donde se recomendaba que a la escuela se iba con la lección aprendida, aquí se absuelve de venir de la escuela con la lección olvidada. Los deberes no consisten sino en actividades dispersas que forman parte de proyectos cuya monstruosa visión sólo es accesible a un gabinete de decuriones, reclutados cada vez más entre asesores de comunicación que entre (psico)pedagogos. Hacer los deberes equivale a despachar los requisitos de una evaluación que, de tan continuada, sólo puede arrojar una calificación aprobada. Aprender a leer se reduce a descargar desde un dispositivo un ebook. Con perezosa satisfacción, progresa adecuadamente la (in)disciplinada tropa de asalto que obstaculice la nefasta manía de pensar. Our pleasure.

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