29/4/19

Ocupar la centralidad.


La política paquidérmica de una reciente era todavía analógica, premilenial, buscaba situarse estratégicamente en el centro del tablero. En diagonal controlaba las esquinas desde donde, siniestras, las tácticas de enroque y aislamiento desplegaban sus secretos más turbios. Hoy el asalto a la torre digital de Babel ha replicado, por las ósmosis de sus aplicaciones, sus potenciales marcos. Los juegos se ganan ahora en las intersecciones. Es preciso okupar las casillas extrañas y ambiguas, las más rentables en las partidas simultáneas y cruzadas que arbitra el estrábico Ojo de la globalización. Como si fuera un circo de tres pistas deslocalizadas, sus cruces son tan inesperados como previsibles mediante algoritmos indeterminados. Al orden sucesivo y lineal -en sentido paródico, patriarcal-, que transmitía el sentido de un universo delimitado, se le opone con furor incuestionable la estructura rizomática, heterogénea e in-significante, de una dogmática transgenérica. A los líderes carismáticos que se rodeaban de guardias pretorianas les sustituyen efébicos espantapájaros a quienes cortejan ninfas empoderadas. Gobierna, indiscutido, el deseo de Nada. Bajo la apariencia de hipócritas grescas, las democracias someten a votación su feroz spleen. Hasta bajo la rúbrica de populismo, estetizan su impotencia social y educativa bajo nostalgias (contra)rrevolucionarias. Sic transit gloria mundi.

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