En
desuso, esta muletilla conserva la vigencia imperecedera de la estupidez del
filisteísmo siempre triunfante, tanto más rancio cuanto más provocadora sea su
apariencia. La originalidad de sus sarcasmos repite la mediocridad consuetudinaria
de sus más abyectos lugares comunes. Se ríe, por ejemplo, de la virginidad como
en otra época sus padrastros se habrían
choteado de los bastardos. Con congestión empavonada se indigna, ¡en pleno siglo XXI!, ante cualquier reticencia social a los experimentos biogenéticos,
de igual modo que sus antecesores se escandalizaban de las trabas a la creación
de riqueza mediante la usura o al avance del progreso gracias a la explotación
laboral. Reclama subir o bajar impuestos con tal de que pueda evadirlos con
buena conciencia. Clama profético contra el cambio climático y la
superpoblación mientras acumula puntos de viaje en sus tarjetas golden o renueva constantemente sus
dispositivos móviles de última generación. Denuncia brotes fóbicos por doquier de
manera que pueda seguir satisfaciendo, histérico y obsesivo, la pasión
insincera que siente por sí mismo. Le resulta intolerable la intolerancia del
espejito que le repite lo que pide no oír.
¿No es acaso el dechado demócrata más perfecto? Por sentido poco común, como
inquisidor debe transformarse en bruja.
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