Entre
los acrónimos y las abreviaturas que pululan en el lenguaje filisteo, como las
claves eleusinas de sus opresivas insignificancias, siguen brillando cristalinas,
con una transparencia noble, las gloriosas tres letras coronadas por el signo
máximo de distinción tipográfica. En ellas se compendia o lo sabido o lo
inalcanzable. En todo caso, eximen al discreto lector de la molestia de
disculpar la afable modestia o la pesada insistencia de su autor. Contraídas, cobijan
el sentido latino de aquel resto que se consuelan a solas con señalar. Por
definición, a los lugares comunes que nuestra época atesora hasta la histérica
inflación, sean de nuevo cuño o versiones contrahechas de su misma ilimitada e
incansable estupidez, no les basta una antología labrada además a golpes
maniáticos de una exégesis obsesiva y repetida, aunque jamás fanática. Con el
oído atento a las alucinaciones auditivas que le producían, ha procurado atisbar
en sus impropios términos artificiales la perversa herida que, como un pecado
plagiado, han contagiado a la entera naturaleza de nuestro lenguaje caído. Tantas
como estrellas del cielo, siguen cayendo incontenibles en la conversación
diaria. Tal vez no exista contra ellas arma más poderosa, e indefensa, que el
silencio que resiste. Et caetera.
El peregrino absoluto
"Yo espero a los cosacos y al Espíritu Santo" (Léon Bloy)
1/1/20
31/12/19
Y punto.
Tras
poner los puntos sobre las íes, el anciano autoritario zanjaba su bronca argumentación
añadiendo un humilde y claro punto. Podían fulgurarle los ojos si su osado
interlocutor intentaba driblarlo iniciando, aparte, un nuevo párrafo. Fiel
cumplidor de su última palabra, le quedaba encerrarse solo en su mutismo
poniendo también aquel punto en boca. Debía evitar a toda costa el prepotente sablazo
del punto y final de la conversación. El suyo era un mundo de maneras
ortográficas. ¿Quién pudiera seguir aprendiendo a utilizar, como alfanjes, los
puntos y comas o los dos puntos como floretes, antes de retirarse con dignidad entre
los elegantes puntos suspensivos? Flexibles y ágiles, todos ellos mantenían en
guardia la educada inteligencia del desacuerdo que, rara y exquisita, de tanto
en tanto florecía. Una nueva mezquindad, grafómana, ha destronado la ortografía.
Sus seguidores han escogido, como su dialogante modelo, las onomatopeyas y las
interjecciones. Más que puntadas, en sus hilos de twitter arrean zascas entre
emoticones y exclamaciones. Con los puntos, saltados, suturan las heridas de
sus reyertas entre un guirigay de gifs, hashtags y menciones. La esgrima gramatical
ha sido reemplazada por el léxico campal. Abatido, emprendo la retirada en este
punto. Finis coronat opus.
30/12/19
Marcando la diferencia.
De
contrabando anglicista, el uso del gerundio en la traducción sirve de prueba
circunstancial de que la pereza y el parasitismo constituyen dos de las más
notables virtudes del filisteísmo a destajo, sobre todo en su versión hispánica.
No busca atenuar la culpa, sino servir de agravante de su desfachatez. Plus Ultra, nunca menos, si no fuera tan
primario, tan de escuela autogestionada, su fracasado republicanismo. En la
cultura anglosajona se valora la diferencia imaginada que el individuo es capaz
de introducir en el juego de variantes que las reglas de su sistema dejan al
albur. Tribal, el nuestro no permite hacer nada, sino que azuza el señalamiento,
la prescripción o el resalte. Como quien truca las pesas de una balanza,
sobresale quien especula a beneficio de inventario. La diferencia la encubre el
Estado que se acaba apropiando, sin prisa y sin pausa, de cualquier herencia
económica, social o cultural. Se exige, en fin, reconocerla para ahormar, en la
desigualdad, una nueva identidad uniforme e indiscutible. Acentúa lo que separa
para diluir lo que divide. Tal vez la versión más ajustada y libre que refleje
su pretensión sea otro obeso lugar común que saca siempre buen provecho: aportar valor añadido.
25/12/19
No a la guerra.
Como
con cualquier causa digna, tras haberla magreado con salaz publicidad, el neofilisteísmo
ha acabado prostituyendo en su burdeles más sórdidos y rentables el pacifismo.
A fin de cuentas, su función de proxeneta global no deja de ser una de las terminales
oscuras, tal un agujero negro, de la macrogalaxia capitalista, liberal o
socialista, que adopta, tortura y modifica cualquier eslogan camp que aparente amenazarlo. Proactivo,
con una aterradora precisión, está obligado a cumplir con su lugar común de
convertir los retos en oportunidades de negocio. Obsérvese cómo ha logrado
mantener su sonrisa brutal acelerando y recortando por sí sola la protesta
original. El primer miembro, ya innecesario, fue amputado en el contenedor de
las orgías pop. El amor libre no duró
ni un asalto al más antiguo de los oficios revolucionarios. ¿De qué sirve hacer cuando lo tienes a mano? Se trata de una cuestión de género. No reprimas tus instintos, derruye las convenciones. Que
quien a yerro muere a hierro mate. Viólese el lenguaje. No hay terrorismo que
no sea heteropatriarcal, genocida y negacionista. Decrétese contra él el estado
de excepción mediante las acciones dialogantes de los conflictos políticos. ¿Guerra cultural? A batallas de amor campo de pluma.
17/12/19
Perseguir la excelencia.
Ante unas pocas palabras, más mágicas que sagradas, la feligresía de los cultos
neofilisteos retrocede reverente, casi postrada. Su sola impetración posee
valor performativo. Sobre todas ellas se alzan dos, resplandecientes,
inaudibles en el éxtasis que acompaña su pronunciación. Una es la excelencia que deberíamos perseguir
ahora. La otra, canal de toda la energía
positiva que electriza la sentimentalidad actual, adopta, como una
hierofanía, el vocablo transversalidad.
¿Acaso puede concebirse una dicha más inefable que alcanzar una excelencia
transversal? Al revés, simplemente sería una expresión tautológica, con un deje
de blasfema burla. Del derecho, manifiesta el más alto grado de la
contemplación progresista. Es un no sé qué que queda balbuciendo entre hilillos
de superchería. La excelencia es a la transversalidad lo que los principados y las potestades a los querubines y los serafines. De hecho, en la
transversalidad brilla la gloria de la Democracia que transfigura, con su
oportunismo, la mediocridad en excelencia al alcance de cualquier individuo. Se
la persigue como se persigue la singularidad, la disidencia o la mera decencia:
con implacable importunidad. Literalmente, significa vulgaridad.
Alegóricamente, narcisismo. Moralmente, no tiene término que equivalga. En su
sentido anagógico, se inunda de nada, nada, nada. Gloria in inferis.
9/12/19
Morir de éxito.
Concupiscente
y excitado, el neofilisteo emplea este oxímoron con una vaga punzada de
desazón. Como no puede evitar en su encanallamiento ciertos resabios
supersticiosos, adopta un aire de aliviada prudencia al comprobar que quien ha
tentado la suerte hasta el límite de su insaciable codicia se ha estrellado.
Como envidia, (se) admira. Como admira, (se) desprecia. El precio que,
escandaloso, le resarce es cumplido por la ruina o por la cárcel de sus
idolatrados modelos. No debe descontar que, como en la adulación o en la burla
se comporta siempre con rastrera abnegación, su diagnóstico esconda también un desencantado
reproche. En quien muere de éxito advierte un exceso que le conduce
invariablemente a cometer la culpa del triunfo mismo. Se le presenta como un
personaje no tanto de trágica amoralidad como de inmoral comicidad. De tan
imprevisible, su destino es insulso. El temor de este fin, que rinde culto orgiástico
al pánico del fracaso, no logra escamotearle por entero la relación reprimida y
prostituida entre expiación y condenación. Tanto más desvanecida, más le atormenta
la pesadilla de una catarsis proscrita. ¿Qué es la Mentira? Se lava las manos
en la sangre de los culpables. Borra su delito. Scriptum, scriptum est.
1/12/19
Ponerse las pilas.
Gracias
a su avanzado estado de descomposición por efecto de los avances tecnológicos,
esta locución sigue guardando inmarchitable el aroma kitsch de la falsa
confianza y la amenaza velada que el filisteísmo intenta inocular, bien
mezcladas, en cualquier entorno
laboral. Parte del supuesto chantajista de que la eficacia humana se asemeja a
la de un aparato electrónico. La expresión “(re)cargar la batería” carece del
imprescindible punto de recriminación conminativa que continúa garantizando indirecto
el éxito ilocutivo de “ponerse las pilas”. Mientras en la primera se admite
implícitamente las consecuencias de un cansancio acumulado que no debe
descuidarse bajo riesgo de que su efectividad se muera, en la segunda se advierte una indolencia consentida a la
que poner freno de inmediato. Quien carga su batería no ha parado de trabajar.
Quien deba ponerse las pilas, aun no habiendo dejado de escaquearse, está a
tiempo de aprovechar una segunda oportunidad. Más proactivas -más propositivas- y, por consiguiente, más
resolutivas, las nuevas fórmulas prefieren adoptar, con idéntico valor
imperativo, el carácter militar de la interjección. “Conéctate”, “reiníciate” o,
en menor medida, “actualízate” expresan, con su diamantina empatía, los
consejos más sinuosos que deben adoptarse “en modo” que no quedes en suspensión,
“sin cobertura”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)