Concupiscente
y excitado, el neofilisteo emplea este oxímoron con una vaga punzada de
desazón. Como no puede evitar en su encanallamiento ciertos resabios
supersticiosos, adopta un aire de aliviada prudencia al comprobar que quien ha
tentado la suerte hasta el límite de su insaciable codicia se ha estrellado.
Como envidia, (se) admira. Como admira, (se) desprecia. El precio que,
escandaloso, le resarce es cumplido por la ruina o por la cárcel de sus
idolatrados modelos. No debe descontar que, como en la adulación o en la burla
se comporta siempre con rastrera abnegación, su diagnóstico esconda también un desencantado
reproche. En quien muere de éxito advierte un exceso que le conduce
invariablemente a cometer la culpa del triunfo mismo. Se le presenta como un
personaje no tanto de trágica amoralidad como de inmoral comicidad. De tan
imprevisible, su destino es insulso. El temor de este fin, que rinde culto orgiástico
al pánico del fracaso, no logra escamotearle por entero la relación reprimida y
prostituida entre expiación y condenación. Tanto más desvanecida, más le atormenta
la pesadilla de una catarsis proscrita. ¿Qué es la Mentira? Se lava las manos
en la sangre de los culpables. Borra su delito. Scriptum, scriptum est.
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