31/12/19

Y punto.


Tras poner los puntos sobre las íes, el anciano autoritario zanjaba su bronca argumentación añadiendo un humilde y claro punto. Podían fulgurarle los ojos si su osado interlocutor intentaba driblarlo iniciando, aparte, un nuevo párrafo. Fiel cumplidor de su última palabra, le quedaba encerrarse solo en su mutismo poniendo también aquel punto en boca. Debía evitar a toda costa el prepotente sablazo del punto y final de la conversación. El suyo era un mundo de maneras ortográficas. ¿Quién pudiera seguir aprendiendo a utilizar, como alfanjes, los puntos y comas o los dos puntos como floretes, antes de retirarse con dignidad entre los elegantes puntos suspensivos? Flexibles y ágiles, todos ellos mantenían en guardia la educada inteligencia del desacuerdo que, rara y exquisita, de tanto en tanto florecía. Una nueva mezquindad, grafómana, ha destronado la ortografía. Sus seguidores han escogido, como su dialogante modelo, las onomatopeyas y las interjecciones. Más que puntadas, en sus hilos de twitter arrean zascas entre emoticones y exclamaciones. Con los puntos, saltados, suturan las heridas de sus reyertas entre un guirigay de gifs, hashtags y menciones. La esgrima gramatical ha sido reemplazada por el léxico campal. Abatido, emprendo la retirada en este punto. Finis coronat opus.

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