19/4/19

Una tragedia evitable.


Al no soportar, ni tan siquiera admitir, la sola posibilidad de la frustración, la sociedad neofilistea revisa y censura la preceptiva entera de cualquier género, literario o no. Se precisa sobre todo hacer insípida la más insuperable de las provocaciones que debe enfrentar: la muerte. ¿Cómo soslayar la tragedia? Su casta sencillez debe ser ultrajada con asepsia procaz. Como debe grabarse siempre fuera de escena, sus consecuencias más espeluznantes requieren ser difundidas con obsceno detallismo para no herir la sensibilidad de los espectadores. Entretanto, su trama se habrá construido sobre un cúmulo de episodios decididamente inconexos que deben culminar en una peripecia conducente con tenacidad tupida, a través de innumerables protocolos contradictorios y superpuestos, a la anagnórisis de su desdichada reality. Como también los caracteres son prescindibles o intercambiables, aunque no  la acción que representan, deben poder expresarse entrecortadamente, con voz nasal, entre sollozos, balbuciendo las abrumadoras y ridículas obviedades del dolor. Suscitan así la compasión de los buenos sentimientos. Las orquestinas de los tanatorios subrayarán infatuada la emoción aterrorizada de la despedida. Se cierra entre lagrimitas la cortinilla antes de incinerar la memoria. Por medio de la condescendencia y el disgusto se logrará corromper la catarsis de tales pasiones.

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