5/4/19

Hay que evitar crear alarma social.


Ceñudo, el filisteo siempre ha procurado evacuar esta escabrosa máxima ahuecando la voz. En el vacío en que la hace resonar hoy silba además una siniestra risa entrecortada. La impersonal perífrasis obligativa, seguida de dos verbos que armonizan, como en un oxímoron, la abstención y la acción, excusa de cualquier responsabilidad a quien la pronuncia siempre que recaiga de inmediato sobre su interlocutor. Tortuosa e inelegante, ejemplifica la condición performativa del principio de no no contradicción. Realiza un acto y, simultáneamente, lo desdibuja, a fin de imponerlo incontestadamente. Como quien jura por imperativo legal, reclamar contención esparce la duda sobre el alcance irreal de toda situación. En una sociedad asediada por delirios histéricos, se asume entonces el concepto de culpa bajo la especie de víctima. Sólo así puede cualquiera sentirse a salvo. Puesto que la sensatez es autoritaria, la democracia debe ser insensata. Puesto que el universal es una falacia cultural, la falacia consecuente debe considerarse un incontrovertible dato universal. No puede existir otra lógica que la de la Ley, cuanto más arbitraria, más dogmática, por particularista. Según el caso, sí, no o tampoco. Sólo en un estado de permanente alarma, podrá disfrutarse una (incierta) tranquilidad. Summa iniuria, summum ius.

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