En uno de
esos deliciosos arrumacos de complicidad
autocontradictoria que tanto les complace intercambiar, los filisteos han
citado cansinamente la réplica de Humpty Dumpty de que las palabras significan
lo que ellos quieren que signifiquen.
A través del espejo, en el país de sus maravillas, su condescendiente repulsa
del afán de la verdad, que a su juicio siempre ha escondido la totalitaria inseguridad
de la violencia, les devolvía hasta hace poco la imagen relativa de su insaciable vanidad. Ahora, sorprendidos y falsamente
escandalizados, descubren que, por haber aceptado pulpo como animal de
compañía, no es menos descabellado, y hasta mucho más razonable, promover la
adopción de ratas y chacales como mascotas. Basta pasearse por las redes
sociales para darse cuenta de que la vida resulta un juego cuyo movimiento no
es el de la rueda de la Fortuna medieval, sino el del tambor de un revólver
videodigital. Sus reglas son tan azarosas como implacables. Cambian a golpe
democrático de likes y retuits. No pretenden regular nada, sino
proporcionar el intenso placer de hacerlas funcionar como se incita a que
funcionen a cada instante. La santidad, por principio, es un crimen. El crimen,
según su valor, es santo. Game is over.
No hay comentarios:
Publicar un comentario