La política paquidérmica de una
reciente era todavía analógica, premilenial, buscaba situarse estratégicamente
en el centro del tablero. En diagonal controlaba las esquinas desde donde, siniestras, las tácticas de enroque y aislamiento desplegaban sus secretos más turbios.
Hoy el asalto a la torre digital de Babel ha replicado, por las ósmosis de sus aplicaciones,
sus potenciales marcos. Los juegos se ganan ahora en las intersecciones. Es
preciso okupar las casillas extrañas
y ambiguas, las más rentables en las partidas simultáneas y cruzadas que arbitra
el estrábico Ojo de la globalización. Como si fuera un circo de tres pistas
deslocalizadas, sus cruces son tan inesperados como previsibles mediante algoritmos
indeterminados. Al orden sucesivo y lineal -en sentido paródico, patriarcal-,
que transmitía el sentido de un universo delimitado, se le opone con furor incuestionable
la estructura rizomática, heterogénea e in-significante,
de una dogmática transgenérica. A los líderes carismáticos que se rodeaban de
guardias pretorianas les sustituyen efébicos espantapájaros a quienes cortejan
ninfas empoderadas. Gobierna, indiscutido, el deseo de Nada. Bajo la apariencia
de hipócritas grescas, las democracias someten a votación su feroz spleen. Hasta bajo la rúbrica de
populismo, estetizan su impotencia social y educativa bajo nostalgias
(contra)rrevolucionarias. Sic transit
gloria mundi.
29/4/19
21/4/19
Seamos realistas.
Este eslogan viejuno, de cuyas
consecuencias nadie parecía acordarse, quiso imponer las peticiones más
descabelladas de sus promotores: la playa bajo los adoquines de una inteligencia
sin control, mediante la violencia revolucionaria, tras los límites de
cualquier Decálogo. Su realismo atroz reclamaba lo imposible: No matarás; No robarás. ¿O
acaso no se exigía bajo libertaria impunidad que estaba prohibido prohibir? Semiolvidadas
a mala conciencia, vuelven a reivindicarse entre vítores, impúdicamente, las
más sórdidas acciones de aquellos años plúmbeos, como si hubieran sido las
hazañas épicas de una Troya lujuriosa y caníbal dispuestas a engendrar nuevos
sueños multicolores con los antiguos monstruos de su sinrazón. No les basta,
sin embargo, con su reactualizada dialéctica de las sonrisas y los crímenes. Resulta
intolerable que la sangre de sus hermanastros siga gritando desde el suelo. Con
impunidad vociferan a coro la brutal adaptación de su antigua consigna: Seamos realistas. Neguemos lo posible. Entre
la carcajada y el sollozo, con demente solución de continuidad, se va
legislando a golpes de sentimientos la demolición de la naturaleza humana,
decretada ya inexistente, a fin de extirpar la geografía física y moral de una
tradición que había rasgado en dos el velo del Estado. Quae sunt Dei, Caesari.
20/4/19
Mirar al futuro.
Aunque el neofilisteísmo se asigna con toda
naturalidad -es decir, arbitrariamente- las etiquetas que mejor le convengan en
cada momento, prefiere, entre todas ellas, dos que se esfuerza por identificar espuriamente,
con resultados más que exitosos: demócrata y progresista. Mientras se dedica a
gestionar con biempensante sumisión la cartera de beneficios sociales y
políticos de sus amos, suele adoptar una postura afectada, cuando no contrahecha,
para aparentar que otea un feliz por espantoso porvenir. Su fin básico es
neutralizar cualquier recuerdo al sur del pasado a fin de que pueda llover fuego
y azufre sobre quienes huyan de sus predicciones impías. Con el rabillo del ojo
puesto en la escenificación agraviada de sus fantásticas distopías pretéritas
-bajo el rótulo de memoria histórica-, se entrega con desenfreno a diseñar por
anticipado las soluciones que deberán provocar los todavía inexistentes problemas
que permitan autocumplir sus pretendidas profecías científicas. Dos pasitos
adelante, uno atrás. Como un descendiente de Lot, delante de su tradición disuelta
en sal, habrá que apresurar el paso antes de que, en nombre de la paz, queden
bien trancadas las puertas bifrontes de una sociedad transhumana. Humeantes,
sus ruinas alumbrarán más puras los estertores de su día más fatalmente
silencioso.
19/4/19
Una tragedia evitable.
Al no soportar, ni tan siquiera
admitir, la sola posibilidad de la frustración, la sociedad neofilistea revisa
y censura la preceptiva entera de cualquier género, literario o no. Se precisa sobre todo hacer insípida la más insuperable de las
provocaciones que debe enfrentar: la muerte. ¿Cómo soslayar la tragedia? Su casta sencillez
debe ser ultrajada con asepsia procaz. Como debe grabarse siempre fuera de
escena, sus consecuencias más espeluznantes requieren ser difundidas con
obsceno detallismo para no herir la
sensibilidad de los espectadores. Entretanto, su trama se habrá construido
sobre un cúmulo de episodios decididamente inconexos que deben culminar en una
peripecia conducente con tenacidad tupida, a través de innumerables protocolos
contradictorios y superpuestos, a la anagnórisis de su desdichada reality. Como también los caracteres son
prescindibles o intercambiables, aunque no la acción que representan, deben
poder expresarse entrecortadamente, con voz nasal, entre sollozos, balbuciendo
las abrumadoras y ridículas obviedades del dolor. Suscitan así la compasión de
los buenos sentimientos. Las
orquestinas de los tanatorios subrayarán infatuada la emoción aterrorizada de la
despedida. Se cierra entre lagrimitas la cortinilla antes de incinerar la
memoria. Por medio de la condescendencia y el disgusto se logrará corromper la catarsis de tales pasiones.
13/4/19
Luchar por la paz.
Entre los pomposos valores que el
neofilisteísmo se empeña en descapitalizar con chamarilera sonrisa ocupa un
rango de honor el prostituido concepto de la paz. Aniquilado por aristocrático
cualquier principio, se hace preciso instaurar la tiranía de los buenos
sentimientos capaces de someter cualquier principado de paz al terror de la
armonía universal. Sus más estrictos devotos invocan, como mantras sublimes,
cuatro lugares comunes saqueados a Kant con la voz en falsete de John Lennon. O
peor aún. Tatarean los estribillos del escarabajo pop bajo la indiscutida autoridad
del relojero ilustrado. Bajo el efecto de una alucinación inducida, legislan y
ejecutan la disolución de cualquier diferencia con el exacto y disciplinado
reconocimiento de cuanta excepción pueda fantasearse. Al ser nombrada cada una
de sus delirantes variedades, de inmediato es clasificada y sancionada
debidamente en la taxonomía de la nueva Creación que está abortando el Arca de
Mammón. Sellada en las frentes de sus súbditos por el signo de un nuevo arco
iris, la paz perpetua consolidará la guerra sin cuartel, ecológica y epicena, contra
quienes se atrevan tan siquiera a abstenerse de rendirle culto. Se les exigirá retractarse
adorando blasfemas palomas mientras batan ramos de olivo. Give peace a chance!
5/4/19
Hay que evitar crear alarma social.
Ceñudo, el filisteo siempre ha
procurado evacuar esta escabrosa máxima ahuecando la voz. En el vacío en que la
hace resonar hoy silba además una siniestra risa entrecortada. La impersonal
perífrasis obligativa, seguida de dos verbos que armonizan, como en un oxímoron,
la abstención y la acción, excusa de cualquier responsabilidad a quien la
pronuncia siempre que recaiga de inmediato sobre su interlocutor. Tortuosa e
inelegante, ejemplifica la condición performativa del principio de no no contradicción. Realiza un acto y,
simultáneamente, lo desdibuja, a fin de imponerlo incontestadamente. Como quien
jura por imperativo legal, reclamar
contención esparce la duda sobre el alcance irreal de toda situación. En una
sociedad asediada por delirios histéricos, se asume entonces el concepto de
culpa bajo la especie de víctima. Sólo así puede cualquiera sentirse a salvo. Puesto
que la sensatez es autoritaria, la democracia debe ser insensata. Puesto que el
universal es una falacia cultural, la falacia consecuente debe considerarse un
incontrovertible dato universal. No puede existir otra lógica que la de la Ley,
cuanto más arbitraria, más dogmática, por particularista. Según el caso, sí, no
o tampoco. Sólo en un estado de permanente alarma, podrá disfrutarse una
(incierta) tranquilidad. Summa iniuria,
summum ius.
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