9/9/17

Por imperativo legal.


Esta fórmula describe, magistral y sintética, el triunfo institucional de nuestro heroísmo tabernario. Debe expelerse con sonrisa condescendiente y desafiante, mientras la parroquia arropa y jalea al atrevido milhombres que se jacta de (in)cumplir una obligación formal a cuyos beneficios no quiere renunciar. Recuerda al jaque que, en medio de un alboroto o de una riña, al ser conminado a abandonar el antro por cuatro grandullones, rezonga gesticulante que a él no le echa nadie, sino que se va porque le da la gana. Aquí sucede al revés: el protagonista se pasa, de momento y según le convenga, por el forro las condiciones de convivencia, porque quien avisa no es no-traidor. La función pública representa así el sueño dorado de nuestra piratería: la patente de corso que a nada compromete a uno y que obliga a todos los demás. Por el fango se revuelca, impúdica, la conciencia como si fuera una virgen lasciva y recosida que ya nadie se cree. De acuerdo con la lógica de la no no contradicción, jurar o prometer por imperativo legal la obligación que, guste o no, libremente se ha contraído, proclama la victoria cínica y desalmada del perjurio como norma de conducta.

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