Mientras
que parece que la liturgia católica se afanase por disfrazarse de la falsa
naturalidad de un oficio profesional, la función civil gesticula pomposamente por
si cuela su falta de escrúpulos con el uso de una jerga diabólica de palabras
inconsistentes. Así, en lugar de acudir a un juzgado o a un parlamento, que un
sentido monárquico del gobierno sitúa en palacios, la estrafalaria combinación
mesócrata de nuestro republicanismo se refiere a ellos con la tortuosa
construcción sintáctica y semántica que nos ocupa. Con la mala conciencia de
haberse olvidado de ella -de la conciencia-, los filisteos quisieran apropiarse
de las solemnes hipóstasis de una trinidad gnóstica, bajo la forma de división
de poderes, con un chapucero complemento circunstancial del que haya que
suprimir todo determinante. Abstractas, gloriosas, inmarcesibles, la timba o la
lonja o el burdel en que han sido encarnados a mala fe los conceptos de
representación y soberanía se esfuerzan por rebañar los escasos efectos
digitales de una transfiguración ya muy distorsionada. La potestad de una
autoridad espiritual, alzada sobre una sedada imagen sedente, apenas puede
ocultar el “lugar donde tiene su domicilio una entidad económica, deportiva,
literaria, etc.”. Etcétera.
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