30/9/17

Quien resiste, gana.


Es ésta la exquisita y celebrada táctica hispánica del choque de carneros. Si das un paso atrás, estás perdido. Si das un paso al frente, dejas el culo al descubierto. Si te apartas, no tiene gracia. Se trata de no ser arrollado o de descuernarse ante la mirada sedienta de la manada que admira y reconoce sólo a quien triunfa. Uno de los tópicos infumables sobre el carácter español insiste en que somos individualistas y anarquizantes. Falso. Con resentimiento, con angustia, la tópica envidia nacional añora el magma indiferenciado, caótico, de la campal tribu íbera. Somos un país de curas y guardias civiles que detesta mirarse en el espejo. Nuestro sentido democrático se basa en el ¡por cojones! de las mayorías o no y en el ¡que nooooo! de las minorías o sí. ¡Y a callar! Entre risotadas, por descontado. De lo que se trata es de ganar, porque, desolador, su único premio es la supervivencia. Entre el “¡qué se ha creído éste!” y ser tirado por un barranco hay una línea estrechísima que las infectas estrategias pedagógicas del diálogo enmascaran y retrasan, pero que apenas logran conjurar. Aquí no solemos hacer prisioneros.

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