Es ésta
la exquisita y celebrada táctica hispánica del choque de carneros. Si das un
paso atrás, estás perdido. Si das un paso al frente, dejas el culo al
descubierto. Si te apartas, no tiene gracia. Se trata de no ser arrollado o de
descuernarse ante la mirada sedienta de la manada que admira y reconoce sólo a quien triunfa. Uno de
los tópicos infumables sobre el carácter español insiste en que somos
individualistas y anarquizantes. Falso. Con resentimiento, con angustia, la
tópica envidia nacional añora el magma indiferenciado, caótico, de la campal
tribu íbera. Somos un país de curas y guardias
civiles que detesta mirarse en el espejo. Nuestro sentido democrático se basa
en el ¡por cojones! de las mayorías o no y en el ¡que nooooo! de las minorías o sí. ¡Y a callar! Entre risotadas, por descontado. De lo que se trata es de
ganar, porque, desolador, su único premio es la supervivencia. Entre el “¡qué
se ha creído éste!” y ser tirado por un barranco hay una línea estrechísima que
las infectas estrategias pedagógicas del diálogo enmascaran y retrasan, pero que
apenas logran conjurar. Aquí no solemos hacer prisioneros.
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