6/9/17

Fortalecer los valores de la democracia.


Con boquita de piñón pronúnciense, en estado casi extático y con el ceño firme, las palabras mágicas de transacción, pacto y consenso. A los filisteos se les han empezado a atragantar. Con susto, con mala conciencia, suelen ahora añadir, como coletilla, “y los principios”, a ver si pueden atemperar la rabieta vociferante de sus conmilitones. ¿Qué ha llegado a significar un acuerdo sino la tregua -el tiempo muerto- de la traición que funda la voluntad (inane) de poder? Como observara Platón, la democracia, tras un breve interregno anárquico, debe desembocar en la tiranía. El populismo refleja, exasperada e iconoclasta, la trampa dialéctica, secularizada, de la Ilustración. No hay más futuro que la supresión presente de toda estabilidad pasada. Nada brilla con más fulgor simbólico que la oscuridad saqueada de Troya o la sangrienta profanación romana de la República. No hay término medio. En la Revolución la democracia muestra su ambiguo y real rostro. El término latino foedus, como adjetivo o como sustantivo, encierra el inquietante sino de que la ciudad -el feudo- se edifica siempre para protegerse de la acción criminal. Entre Caín y Abel la quijada del asno forja los términos de la soberanía.

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