10/9/17

Obediencia debida.


Fosilizada en el imaginario biempensante como un anatema, esta tétrica expresión pretende desactivar las consecuencias de la frívola y trágica desobediencia a cualquier forma de legalidad. Como tras su invocación se han solido atrincherar los canallas cotidianos, sordos, ciegos y mudos a lo que no satisficiera sus intereses a cualquier precio, que cuanto más alto consideran que mejor debiera garantizar su impago, toda deuda de obediencia con los principios sobre los que se asienta la tradición acumulada de los siglos es burlada en nombre de la desobediencia debida, como un doble perfecto que cubre a todo riesgo las fechorías contra el arte humano, precario e imperfecto, de ordenar el caos que la técnica demoscópica regulariza en su igualitaria descomposición. Como no existe más legalidad que la positiva y ésta, por definición, carece de cualquier anclaje real que no haya sido meramente construido, puede invocarse cualquier palabra (nación, cultura, lengua) como el eructo esponjoso que nada significa y que todo resuelve. Descontada por retrógrada la autoridad, que remite a un acto original de creación, el ejercicio del poder debe basarse en la usurpación de todo uso y de toda costumbre que conserven, inermes y debidamente descapitalizados, cualquier resto de legitimidad.

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